Un hombre muy cruel.
En una conferencia dictada por el escritor israelí Amos Oz y publicada pr la revista digital Etiqueta Negra cuenta una historia que ilustra el fanatismo de los habitantes de Jerusalén, quienes según sus palabras padecen de una enfermedad mental, un síndrome que les hace pensar que llegaron allí para construir o ser construidos por la ciudad y al inhalar el aire de la montaña, sin importar que sean judios, cristianos, musulmanes, socialistas o anarquistas, reformadores del mundo, se inflama y sale a quemase una iglesia, una mezquita o una sinagoga y en el mejor de los casos se quita la ropa y se sube a una roca a lanzar profecías.
Cuenta Oz que un amigo y colega suyo , el novelista israelí Sammy Michael, tuvo una vez la experiencia de ir en un taxi durante largo rato por la ciudad de Jerusalén con un conductor que le iba dando la típica conferencia sobre lo importante que es para los judíos, matar a todos los árabes.” Sammy Michael le escuchaba y, en lugar de gritarle: «¡Qué hombre tan terrible es usted! ¿Es usted nazi o fascista?», decidió tomárselo de otra forma y le preguntó: «¿Y quién cree usted que debería matar a todos los árabes?». El taxista dijo: «¿Qué quiere decir? ¡Nosotros! ¡Los judíos israelíes! ¡Debemos hacerlo! No hay otra elección. ¡Y si no mire lo que nos están haciendo todos los días!». «Pero ¿quién piensa usted exactamente que debería llevar a cabo el trabajo? ¿La policía? ¿O tal vez el ejército? ¿El cuerpo de bomberos o equipos médicos? ¿Quién debería hacer el trabajo?» El taxista se rascó la cabeza y dijo: «Pienso que deberíamos dividirlo entre cada uno de nosotros, cada uno de nosotros debería matar a algunos». Y Sammy Michael, todavía con el mismo juego, dijo: «De acuerdo. Suponga que a usted le toca cierto barrio residencial de su ciudad natal en Haifa y llama usted a cada puerta o toca el timbre y dice: “Disculpe, señor, o disculpe señora. ¿No será usted árabe por casualidad?”. Y si la respuesta es afirmativa le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa, pero al hacerlo –dijo al taxista– oye en alguna parte del cuarto piso del bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para disparar al recién nacido? ¿Sí o no?». Se produjo un momento de silencio y el taxista le dijo: «Sabe, es usted un hombre muy cruel». “
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